miércoles, 3 de abril de 2013

Mecido por el alcohol


Sentado en el borde de la cama, vomitando, gritándole a mi madre que en marco de la puerta está llorando.
-Joder chaval vas como una cuba, tu padre ha ido a buscarte, espérate a que suba.
-Estoy borracho mamá, déjame en paz, déjame acariciar la almohada no puedo más, mucho pollo bravo y demasiado Ballantines, pollo bravo que ves en suelo junto a mis lagrimas.
Ella, por fin, se dio cuenta de que no pintaba nada allí y decidió marcharse a la cocina con esa cara de “¿Qué he hecho mal?”.
Pero daba igual, esa cara ya la conocía, quizás demasiado.
Solo volvió para darme el cubo y la fregona para que limpiase del suelo de mi cuarto, los restos de una noche que no distaba mucho de todas las demás.

Decidí que era mejor recoger todo aquello ahora, antes de que el olor de la pota invadiese todo el cuarto. Mientras mojaba la fregona para volver a llenarla otra vez de vómito, escuchaba el desagradable sonido de la cafetera Express que, hace menos de dos semanas, se había comprado mi madre.
Ella nunca había tomado café pero ese año había empezado a tomarlo a todas horas para contrarrestar el efecto de los antidepresivos. Yo no solía pensarlo mucho, ya que si lo hacía terminaría por aceptar que la causa de los antidepresivos era yo y probablemente, poco a poco, dejaría de afectarme.
Volví a escurrir la fregona y a pringarla, haciendo salpicar todo lo que se encontraba a mí alrededor. No me parecía un estado óptimo para hacer eso, pero ya había empezado.

El viejo había salido, como cada mañana, a comprar el As, con la excusa de que iba a buscarme, ya que rara era la vez que nos cruzábamos al llegar yo a casa, y si era así, se limitaba a decir “ sube pa casa ya que tu madre no ha podido dormir por tu culpa”.

Quería terminar esa mierda ya, pues el remover mi propia pota con la fregona me estaba produciendo nauseas otra vez.
Aquella noche había llovido, es lo malo del otoño, por lo que estaba completamente empapado, aun así, las nauseas me hacían sudar.
Me quité la camiseta pensando que así mataría dos pájaros de un tiro, pero me salió mal la jugada. Con el movimiento, la cabeza se me fue hacia atrás y noté como, de golpe, mi boca se llenaba de saliva. Era inevitable. Intenté sellarme los labios usando la camiseta, pero fue inútil y terminé potando encima de las zapatillas. Era demasiado para mi.
Opte por dejar aquel percal, desnudarme y meterme en la cama.
Era extraño, apenas me dolía ya al vomitar y hacía mucho que había dejado de sentir ese sabor ácido en la garganta. Demasiadas veces.
Me pregunte cuantas esquinas en el rollo me habrían visto vomitar. De nuevo, demasiadas.
Me metí en la cama y me dormí mientras el alcohol mecía mi cama.

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