miércoles, 4 de abril de 2012

RIP


No hace mucho, paseaba yo por la calle, era un soleado día de primavera y el polen de las flores empezaba a hacer mella en mi nariz, y eso que yo no soy alérgico.
Crucé la calle para entrar en el bosque y así llegar a casa de mi abuelita y entregarle una fantástica cesta de magdalenas y una caja de Sintrón, cuando fui atropellado vilmente por un deportivo rojo, y como si de Farruquito se tratase, el capullo que lo conducía se dio a la fuga.
Allí quede yo, en el suelo, con mi cestita destrozada y una posible hemorragia cerebral, en el cerebro.
Rápidamente un amable gitano acudió en mi ayuda, pero cual fue mi sorpresa cuando vi que, mirando nervioso a los lados, vació mis bolsillos con prisa sacando de ellos mi móvil, mi cartera, mis llaves y demás artilugios que carecen de interés para nosotros pero que para él eran verdaderas reliquias.
Se fue corriendo y allí me quedé yo, tirado esperando que, como en las películas, mi alma traslúcida saliese de mi cuerpo y ascendiese hacia el cielo como el humo en un día de clásico.
Pero como bien he dicho, eso solo pasa en las películas, y no en la vida real así que permanecí inmóvil viendo como un perro se comía las magdalenas que en un principio eran para mi abuela.
De pronto el sonido de una ambulancia con sus luces a juego, es escuchó al final de la larga calle.
Lo siguiente que recuerdo son solo escenas fugaces que aparecen en mi mente, casadas con sonidos que aun puedo recordar.
La primera fue la llegada de la ambulancia, seguidamente una mascarilla de oxígeno se acercaba a mi nariz haciendo que respirase un poco más fluido, un fondo negro mientras una voces de lo que parecían ser personas del SAMUR diagnosticaban mi estado “contusión en el pecho debido posiblemente a un atropello y posibilidad de hemorragias internas”, golpes en la camilla debido a un interminable pasillo con puertas que se abrían a cambio de un empujón, y que desembocaba en una sala donde una figura con pelo rubio, no recuerdo si hombre o mujer, me enchufó con una linternita a los ojos esperando que mis pupilas respondiesen contrayéndose al instante; ruido, mucho ruido, niños llorando, enfermeras corriendo de un lado para otro, figuras de batas blancas que aparecían delante de mi...
Otra vez la camilla se movió,  hasta llegar a una sala en la que, después de un acelerado “¡1, 2, 3!” me trasladaron a una mesa fría pero que me llenó el cuerpo de una falsa sensación de esperanza.
Lo último que recuerdo fueron los enormes focos deslumbradores que apuntaban hacia mí, y después una ceguera permanente acompañada con unos irregulares pitidos que poco a poco se convirtieron, en lo que mentalmente reconocí como una infinita línea verde sobre un fondo negro, una sacudidas en el pecho que hicieron que involuntariamente me despegara de la mesa y para terminar un seco “hora de la muerte 19:38”
Allí me encontraba, encima de una mesa, rodeado de personas que deseaba salvarme la vida pero que después de las palabras clave abandonaron la habitación dejando encima de una mesa cercana donde yo me encontraba mi certificado de defunción.
A pesar de tanta tragedia, yo me encontraba bien, el dolor había desaparecido y con él todo ese sentimiento de impotencia, así que decidí levantarme y dirigirme a la sala de partos para transmutar en un recién nacido sin alma, pero después de ver como una enorme cabeza salía de un estrecho orificio rodeado de líquido amniótico, tuve que desechar toda la filosofía de Platón y elaborar un nuevo plan.
¿Qué hacer cuando estás muerto?
Algunos se le ocurrirán cosas como espiar a tías mientras se bañan o hacer ruidos por la noche en para asustar a los nuevos huéspedes de alguna casa vieja, pero yo no, yo decidí volver a la sala donde se encontraba mi cuerpo inerte para seguir el viaje que mi viejo amigo recorrería antes de ser corrompido por los gusanos o preferiblemente abrasado por las altas temperaturas de los hornos del crematorio.
Me deslicé, como el alma en pena que era, hasta la sala en la que me había separado de mi cuerpo.
Por el camino me encontré a más “gente” que como yo se había convertido en almas errantes, fantasmas o como quedaris llamarlo.
Algunos se encontraban perplejos por el cambio que acababan de sufrir, otro sin embargo lucían una enorme sonrisa por el alivio que éste les suponía.
Me conmoví al ver el alma de un niño que intentaba agarrar la mano de su madre mientras está lloraba desconsoladamente sentada en una fría silla de hospital, aun así proseguí mi camino.
Para todos los que os preguntéis, si las almas de las personas permanecen igual que el cuerpo en el momento en que mueren o si toma la forma que ellos creen idónea, os diré que las almas no tenemos forma humana, nos estamos compuestos de materia, ni nada semejante a lo humano.
Alguno pensará, entonces ¿cómo sabes que el niño daba la mano su madre o que algunos estaban alegres y otros tristes?
Buena pregunta... Cuando muráis lo sabréis.
Es algo que no se puede explicar, simplemente lo sabes y ya, no puedes descifrar el rostro de un alma porque las almas no tenemos rostro, pero tenemos una conexión que nos permite saberlo.
Seguí mi camino hasta la sala donde había ocurrido mi muerte y después de atravesar la pared, me di cuenta de que allí no estaba mi cuerpo, sino una bolsa negra cerrada; intuí que dentro estarían mi antiguo yo así que muy despacio fue bajando la cremallera hasta que vi mi rostro, ahora frío y blanco.
Mis ojos aún estaban abiertos, así que puede contemplar el color verde que éstos habían tenido durante diecisiete años. También me percaté de mi pelo, ese pelo que algunos les gusta tocar y a otros simplemente meter palillos chinos.
En ese momento, con la pena camuflada por una enorme sonrisa, puede recordar a mis amigos y todos los momentos que había pasado con ellos. Simplemente sorprendente.
¿Qué sería de ellos al enterarse de la noticia?
Supongo que muchos lo superarían rápido, a otros les costaría algunos años olvidarme y otros simplemente no podrían.
No me parecía un buen momento para morir, pero si había pasado sería por alguna razón.
Intenté meterme de nuevo en mi cuerpo inerte con la esperanza de revivir con una profunda inhalación, pero de nuevo eso solo pasaba las películas.
Por respeto a mi afición, cerré los que habían sido mis ojos, me dibujé una última sonrisa y cerré la bolsa con el mismo cuidado con el que la había abierto.
De pronto un médico entró en la habitación acompañado por mi padre. La ley obliga a que un familiar o conocido identifique al fallecido.
Así que allí estábamos el médico, mi padre y mis dos yos, aunque ellos sólo pudiesen ver a uno.
“¿Es éste su hijo?” preguntó el médico muy serio.
Mi padre, al ver la sonrisa que yo mismo había dibujado en mis labios, sonrió y con no voz muy suave dijo “Sí, sin duda es él”.
Seguidamente el médico cerró la bolsa y acompañado a mi padre a otra sala en la que tenía que firmar unos papeles dejándonos de nuevo solos a los dos.
Cada vez se me hacía más duro hacerme a la idea, pero algo tendría que venir ahora y yo quería descubrirlo.
Otro médico entro en la sala y traslado mi frío cuerpo por el hospital hasta llegar a una sala en la que estaría guardado mi cuerpo hasta el momento de la autopsia.
Esto no es muy agradable, así que simplemente me lo saltaré y viajaremos hasta el momento en que me visten y me maquillan para no parecer un fiambre.
Me colocaron en una sala muy amplia con unas sillas al fondo y una tarima en donde se encontraba el ataúd que me contenía.
Mis ojos cerrados, las manos rectas al nivel de mi cadera, la cara blanca y fría y un elegante traje negro hacían de mí un difunto en toda regla.
El ataúd estaba rodeado de flores y en la cabecera una corona hacia la función de marco a la última foto que me había sacado en vida.
Se abrieron las puertas y yo me senté en una silla mientras veía como mis familiares más cercanos entraban en la sala y lloraban mi pérdida.
“Era tan joven” decían unos “y tan prometedor” continuaban otros.
Mi padre y mi madre recibían los pésames, mientras mi hermano lloraba envuelto en los brazos de mi abuela.
Más tarde llegaron algunos de mis amigos con otro ramo de flores que colocaron en el costado del ataúd.
Entrada la tarde todos se fueron y yo pasé la noche sentado en el segundo peldaño que subía a la tarima, haciendo memoria de todos y cada uno de los momentos de mi vida; terminé haciendo una valoración de la misma: insuperable, o casi insuperable.
A la mañana siguiente llevaron el ataúd a otra sala en la que posteriormente sería reducido a cenizas.
Y así fue, a las dos menos cuarto de la tarde fui incinerado y metido en una urna negra con los bordes redondeados de color oro.
Probablemente mis cenizas fueron esparcidas en Suiza, en el mismo sitio donde yo, años atrás, habría echado las de mi abuelo, pero no estoy seguro del todo.
Solo se que lo último que me vino a la mente antes de morir fue una frase de Sho-Hai de la canción filosofía y letras que dice “Me gustaría morir un rato y veros las caras que ponéis por mi ausencia para que supierais lo que habéis perdido, y luego volver a este puto mundo de mierda con una sonrisa de cómo si nada hubiera ocurrido”
Obviamente ahora no pienso así, pero bueno, ya solo puedo olvidar y volver a empezar.

Critical

6 comentarios:

Milton Stinson dijo...

Jo-Der, Flipo, absolutamente, flipo contigo, es genial, me encanta, sin lugar a dudas eres mucho mejor escritor que yo, es muy,muy,muy bueno tio, te felicito, me has metido en la historia y narras con mucho realismo, es perfecto.

No solo hay Humo en VillaBong dijo...

de que vas tontoooo no digas esas cosas
hay veces q se me da bien y otras q no
aki estaba inspirado y ya no puedes comparar a dos personas
ami x ejemplo me gusto mucho la tuya de la mani

Anónimo dijo...

madre mía, qué maravilla, eres estupendo, eres tú el autor de esto?, hasta las lágrimas se me han saltado, es perfecto, es tal real, seguro que no lo has vivido? jaja. Además de ser una persona estupenda, eres un artista, sigue así, no lo dejes. besitos. moni.

No solo hay Humo en VillaBong dijo...

se agradecen las valoraciones como estas... contaré la historia: estaba yo a principios de semana santa en mi cuarto leyendo un libro que me han mandado para clase que se llama "5 horas con Mario" (no lo recomiendo es un pestiño) cuando a causa del aburrimiento e inspirado por este empece a pensar en mi muerte y me dije coño como seriaa?? asi que nada la escribi y que sepais que no es escribirlo y ya es mucho mas duro de lo que parece...

Ana dijo...

Esta que te cagas capullo, no se como haces para hacer que parezca que estoy allí y te vea todo pálido en una bolsa de esas de muertos pero es escalofriantemente bueno! Habrá que darse un paseo por entradas anteriores antes de ir a dormir que me has dejado ganas de mas!

No solo hay Humo en VillaBong dijo...

mario siempre deja con ganas de maaas jajaja... En el buen sentido no me refiero a insatisfech@s jajajajja