No hace
mucho, paseaba yo por la calle, era un soleado día de primavera y el polen de
las flores empezaba a hacer mella en mi nariz, y eso que yo no soy alérgico.
Crucé
la calle para entrar en el bosque y así llegar a casa de mi abuelita y
entregarle una fantástica cesta de magdalenas y una caja de Sintrón, cuando fui
atropellado vilmente por un deportivo rojo, y como si de Farruquito se tratase,
el capullo que lo conducía se dio a la fuga.
Allí
quede yo, en el suelo, con mi cestita destrozada y una posible hemorragia
cerebral, en el cerebro.
Rápidamente
un amable gitano acudió en mi ayuda, pero cual fue mi sorpresa cuando vi que, mirando
nervioso a los lados, vació mis bolsillos con prisa sacando de ellos mi móvil,
mi cartera, mis llaves y demás artilugios que carecen de interés para nosotros
pero que para él eran verdaderas reliquias.
Se fue
corriendo y allí me quedé yo, tirado esperando que, como en las películas, mi
alma traslúcida saliese de mi cuerpo y ascendiese hacia el cielo como el humo
en un día de clásico.
Pero
como bien he dicho, eso solo pasa en las películas, y no en la vida real así que
permanecí inmóvil viendo como un perro se comía las magdalenas que en un
principio eran para mi abuela.
De
pronto el sonido de una ambulancia con sus luces a juego, es escuchó al final
de la larga calle.
Lo
siguiente que recuerdo son solo escenas fugaces que aparecen en mi mente,
casadas con sonidos que aun puedo recordar.
La
primera fue la llegada de la ambulancia, seguidamente una mascarilla de oxígeno
se acercaba a mi nariz haciendo que respirase un poco más fluido, un fondo
negro mientras una voces de lo que parecían ser personas del SAMUR
diagnosticaban mi estado “contusión en el pecho debido posiblemente a un
atropello y posibilidad de hemorragias internas”, golpes en la camilla debido a
un interminable pasillo con puertas que se abrían a cambio de un empujón, y que
desembocaba en una sala donde una figura con pelo rubio, no recuerdo si hombre
o mujer, me enchufó con una linternita a los ojos esperando que mis pupilas
respondiesen contrayéndose al instante; ruido, mucho ruido, niños llorando,
enfermeras corriendo de un lado para otro, figuras de batas blancas que
aparecían delante de mi...
Otra
vez la camilla se movió, hasta llegar a
una sala en la que, después de un acelerado “¡1, 2, 3!” me trasladaron a una
mesa fría pero que me llenó el cuerpo de una falsa sensación de esperanza.
Lo
último que recuerdo fueron los enormes focos deslumbradores que apuntaban hacia
mí, y después una ceguera permanente acompañada con unos irregulares pitidos
que poco a poco se convirtieron, en lo que mentalmente reconocí como una
infinita línea verde sobre un fondo negro, una sacudidas en el pecho que
hicieron que involuntariamente me despegara de la mesa y para terminar un seco “hora
de la muerte 19:38”
Allí me
encontraba, encima de una mesa, rodeado de personas que deseaba salvarme la
vida pero que después de las palabras clave abandonaron la habitación dejando
encima de una mesa cercana donde yo me encontraba mi certificado de
defunción.
A pesar
de tanta tragedia, yo me encontraba bien, el dolor había desaparecido y con él
todo ese sentimiento de impotencia, así que decidí levantarme y dirigirme a la
sala de partos para transmutar en un recién nacido sin alma, pero después de ver
como una enorme cabeza salía de un estrecho orificio rodeado de líquido
amniótico, tuve que desechar toda la filosofía de Platón y elaborar un nuevo
plan.
¿Qué
hacer cuando estás muerto?
Algunos
se le ocurrirán cosas como espiar a tías mientras se bañan o hacer ruidos por
la noche en para asustar a los nuevos huéspedes de alguna casa vieja, pero yo
no, yo decidí volver a la sala donde se encontraba mi cuerpo inerte para seguir
el viaje que mi viejo amigo recorrería antes de ser corrompido por los gusanos
o preferiblemente abrasado por las altas temperaturas de los hornos del
crematorio.
Me
deslicé, como el alma en pena que era, hasta la sala en la que me había separado
de mi cuerpo.
Por el
camino me encontré a más “gente” que como yo se había convertido en almas
errantes, fantasmas o como quedaris llamarlo.
Algunos
se encontraban perplejos por el cambio que acababan de sufrir, otro sin embargo
lucían una enorme sonrisa por el alivio que éste les suponía.
Me
conmoví al ver el alma de un niño que intentaba agarrar la mano de su madre
mientras está lloraba desconsoladamente sentada en una fría silla de hospital,
aun así proseguí mi camino.
Para
todos los que os preguntéis, si las almas de las personas permanecen igual que
el cuerpo en el momento en que mueren o si toma la forma que ellos creen
idónea, os diré que las almas no tenemos forma humana, nos estamos compuestos de
materia, ni nada semejante a lo humano.
Alguno
pensará, entonces ¿cómo sabes que el niño daba la mano su madre o que algunos
estaban alegres y otros tristes?
Buena
pregunta... Cuando muráis lo sabréis.
Es algo
que no se puede explicar, simplemente lo sabes y ya, no puedes descifrar el
rostro de un alma porque las almas no tenemos rostro, pero tenemos una conexión
que nos permite saberlo.
Seguí mi camino hasta la sala donde había ocurrido mi muerte y después de atravesar
la pared, me di cuenta de que allí no estaba mi cuerpo, sino una bolsa negra cerrada;
intuí que dentro estarían mi antiguo yo así que muy despacio fue bajando la
cremallera hasta que vi mi rostro, ahora frío y blanco.
Mis
ojos aún estaban abiertos, así que puede contemplar el color verde que éstos
habían tenido durante diecisiete años. También me percaté de mi pelo, ese pelo
que algunos les gusta tocar y a otros simplemente meter palillos chinos.
En ese
momento, con la pena camuflada por una enorme sonrisa, puede recordar a mis
amigos y todos los momentos que había pasado con ellos. Simplemente
sorprendente.
¿Qué
sería de ellos al enterarse de la noticia?
Supongo
que muchos lo superarían rápido, a otros les costaría algunos años olvidarme y
otros simplemente no podrían.
No me
parecía un buen momento para morir, pero si había pasado sería por alguna
razón.
Intenté
meterme de nuevo en mi cuerpo inerte con la esperanza de revivir con una profunda
inhalación, pero de nuevo eso solo pasaba las películas.
Por
respeto a mi afición, cerré los que habían sido mis ojos, me dibujé una última
sonrisa y cerré la bolsa con el mismo cuidado con el que la había abierto.
De
pronto un médico entró en la habitación acompañado por mi padre. La ley obliga
a que un familiar o conocido identifique al fallecido.
Así que
allí estábamos el médico, mi padre y mis dos yos, aunque ellos sólo pudiesen
ver a uno.
“¿Es
éste su hijo?” preguntó el médico muy serio.
Mi
padre, al ver la sonrisa que yo mismo había dibujado en mis labios, sonrió y
con no voz muy suave dijo “Sí, sin duda es él”.
Seguidamente
el médico cerró la bolsa y acompañado a mi padre a otra sala en la que tenía
que firmar unos papeles dejándonos de nuevo solos a los dos.
Cada
vez se me hacía más duro hacerme a la idea, pero algo tendría que venir ahora y
yo quería descubrirlo.
Otro médico
entro en la sala y traslado mi frío cuerpo por el hospital hasta llegar a una
sala en la que estaría guardado mi cuerpo hasta el momento de la autopsia.
Esto no
es muy agradable, así que simplemente me lo saltaré y viajaremos hasta el
momento en que me visten y me maquillan para no parecer un fiambre.
Me colocaron
en una sala muy amplia con unas sillas al fondo y una tarima en donde se
encontraba el ataúd que me contenía.
Mis ojos
cerrados, las manos rectas al nivel de mi cadera, la cara blanca y fría y un
elegante traje negro hacían de mí un difunto en toda regla.
El ataúd
estaba rodeado de flores y en la cabecera una corona hacia la función de marco
a la última foto que me había sacado en vida.
Se abrieron
las puertas y yo me senté en una silla mientras veía como mis familiares más
cercanos entraban en la sala y lloraban mi pérdida.
“Era
tan joven” decían unos “y tan prometedor” continuaban otros.
Mi padre
y mi madre recibían los pésames, mientras mi hermano lloraba envuelto en los
brazos de mi abuela.
Más
tarde llegaron algunos de mis amigos con otro ramo de flores que colocaron en
el costado del ataúd.
Entrada
la tarde todos se fueron y yo pasé la noche sentado en el segundo peldaño que
subía a la tarima, haciendo memoria de todos y cada uno de los momentos de mi
vida; terminé haciendo una valoración de la misma: insuperable, o casi
insuperable.
A la
mañana siguiente llevaron el ataúd a otra sala en la que posteriormente sería
reducido a cenizas.
Y así
fue, a las dos menos cuarto de la tarde fui incinerado y metido en una urna
negra con los bordes redondeados de color oro.
Probablemente
mis cenizas fueron esparcidas en Suiza, en el mismo sitio donde yo, años atrás,
habría echado las de mi abuelo, pero no estoy seguro del todo.
Solo se
que lo último que me vino a la mente antes de morir fue una frase de Sho-Hai de
la canción filosofía y letras que dice “Me gustaría morir un rato y veros las
caras que ponéis por mi ausencia para que supierais lo que habéis perdido, y
luego volver a este puto mundo de mierda con una sonrisa de cómo si nada
hubiera ocurrido”
Obviamente
ahora no pienso así, pero bueno, ya solo puedo olvidar y volver a empezar.
Critical
6 comentarios:
Jo-Der, Flipo, absolutamente, flipo contigo, es genial, me encanta, sin lugar a dudas eres mucho mejor escritor que yo, es muy,muy,muy bueno tio, te felicito, me has metido en la historia y narras con mucho realismo, es perfecto.
de que vas tontoooo no digas esas cosas
hay veces q se me da bien y otras q no
aki estaba inspirado y ya no puedes comparar a dos personas
ami x ejemplo me gusto mucho la tuya de la mani
madre mía, qué maravilla, eres estupendo, eres tú el autor de esto?, hasta las lágrimas se me han saltado, es perfecto, es tal real, seguro que no lo has vivido? jaja. Además de ser una persona estupenda, eres un artista, sigue así, no lo dejes. besitos. moni.
se agradecen las valoraciones como estas... contaré la historia: estaba yo a principios de semana santa en mi cuarto leyendo un libro que me han mandado para clase que se llama "5 horas con Mario" (no lo recomiendo es un pestiño) cuando a causa del aburrimiento e inspirado por este empece a pensar en mi muerte y me dije coño como seriaa?? asi que nada la escribi y que sepais que no es escribirlo y ya es mucho mas duro de lo que parece...
Esta que te cagas capullo, no se como haces para hacer que parezca que estoy allí y te vea todo pálido en una bolsa de esas de muertos pero es escalofriantemente bueno! Habrá que darse un paseo por entradas anteriores antes de ir a dormir que me has dejado ganas de mas!
mario siempre deja con ganas de maaas jajaja... En el buen sentido no me refiero a insatisfech@s jajajajja
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